Cuatro cosas sobre la revitalización del aragonés


 

Varietats_lingüístiques_de_l'AragóEn uno de los comentarios a mi anterior post sobre el catalán de Aragón, Marco Antonio Joven (MAJ) me pide que me “moje” sobre el aragonés, en concreto acerca del debatido asunto de la creación de una norma estándar común para los diversos dialectos aragoneses supervivientes en el alto Aragón. En mi respuesta a su comentario le indicaba que ya me había pronunciado públicamente al respecto y, además del enlace al texto, ofrecía muy sintéticamente una visión de cuáles son las principales diferencias entre los dos lenguas (aragonés y catalán) que, en mi opinión, justifican un abordaje distinto en cada caso. MAJ responde prolija y documentadamente con datos y observaciones que pretenden quitar peso a las razones aducidas y, a la vez, apoyar la creación de una norma estándar aragonesa. La presente entrada pretende contestar a dicho comentario y -con la brevedad e informalidad propia de este género- exponer las razones por las que creo que la creación de una koiné aragonesa es una tarea poco viable y, por tanto, innecesaria.

Nótese bien que he escrito poco viable e innecesaria, no imposible. Por supuesto que es posible crear una norma común aragonesa. Hay, de hecho, varias en el mercado, solo hay que buscar un poco. El problema es que los hablantes nativos que quedan de los diversos dialectos aragoneses no las usan, o lo hacen muy minoritariamente. Mi impresión (siento no tener datos objetivos y estoy dispuesto a rectificar si alguien me los presenta) es que esas koinés, en las que se escriben páginas web, revistas, carteles, programas informáticos y no poca literatura de creación, son usadas mayoritariamente por hablantes nativos monolingües del español -muchos de ellos de procedencia urbana-, entusiastas de su tierra y del aragonés. ¿Hay algo de malo en ello? Por supuesto que no, pero creo que se puede opinar que la creación y fomento de una koiné para uso preferente de neohablantes bienintencionados no debería ser un objetivo político y presupuestario prioritario de nuestra comunidad. Se suele acusar de imperialista del español (o simplemente de facha) al que piensa así, lo que me da risa, por no decir ganas de llorar.

Ciertamente, la normalización y la creación de una variante estándar es una poderosa herramienta para la preservación de lenguas minorizadas, desprestigiadas o recluidas al ámbito familiar. Señala MAJ en su extenso comentario que “para su supervivencia […] el aragonés debe tener la misma presencia (sino más, dentro de un plan de discriminación positiva, tal y como se aplicó en su día con el francés en Quebec) que el español en aquellas zonas en las que se habla tal lengua, y los cimientos para ello son la educación, los medios de comunicación y la administración”. Que el aragonés normalizado tenga la misma o más presencia que el español en esos ámbitos es una pretensión quizá ilusionante, pero ilusoria. Si eso es un requisito para la preservación, la batalla está perdida de antemano.

Insisten siempre los partidarios de esta estrategia en la comparación con otros casos, como el francés québécois de la cita. Pero no hay comparación posible. Cuando tratamos de la realidad y no de modelos teóricos, las escalas son importantes. En Quebec hay 8 millones de hablantes nativos de una lengua de la dimensión cultural y mediática del francés, mientras que en el alto Aragón hay, como mucho, unos pocos miles de hablantes nativos (aceptemos la cifra de 11.000, que me parece inaceptable) que usan variantes aragonesas en un ámbito esencialmente doméstico y local.

Ante la acusación que solemos hacer los detractores de la koiné aragonesa de que esta es una mezcla arbitraria y artificial de soluciones de las diversas variantes (que lo es), los partidarios suelen aducir, también con razón, que las normas estándar de las lenguas son siempre artificiales. Pero hay matices importantes. La creación de una norma estándar no siempre es tan artificial como da a entender mi comentarista. Lo normal, históricamente, es que sea un proceso natural de expansión de una variante sobre las demás por la pujanza política, cultural o económica de sus hablantes (así sucedió con el dialecto castellano en el español, con el dialecto oriental en el catalán, con el dialecto de Tokio en el japonés, con el toscano en el italiano o con el dialecto de la Isla de Francia en el francés, por mencionar casos bien conocidos). Una vez que una variante ha adquirido prestigio sobre las demás, normalmente eliminándolas, se emplea como modelo para la normalización y regulación (para que se me entienda mejor: la norma culta castellana es muy anterior a la fundación de la Real Academia Española que supuestamente la limpia, la fija y le da esplendor). Por supuesto que esas normas cultas estándar, como todas las normas lingüísticas, son artificiosas y no naturales, y nadie las tiene como idiolecto materno, sino que se aprenden con instrucción y práctica, y se acaban dominando o no, algo que no sucede con la lengua natural que todos hablamos por instinto.

Cuando este proceso de establecimiento de una norma común no sucede espontáneamente (como en el caso del aragonés), una actuación de política lingüística puede acelerar el proceso e implementar una norma común confeccionada ad hoc: tal es el caso cercano y bien conocido del euskera batúa. Pero de nuevo la comparación, aparentemente más atinada, hace aguas, en lo sociopolítico y en lo lingüístico. Políticamente no hay ninguna duda de que el pueblo vasco es mucho más nacionalista e independentista que el aragonés. Por tanto, es lógico -dentro de la lógica nacionalista- que el español no pueda servir como norma estándar para los hablantes de los dialectos vascos (al menos oficialmente), dado que desde el punto de vista nacionalista una lengua propia no es solo un legado cultural, sino también un factor de diferenciación del resto. Pero no estábamos hablando de nacionalismo aragonés, creo, sino de preservación de lenguas. Es lícito opinar que, puestos a perder la variedad propia, es mejor hacerlo a favor del aragonés normalizado que del español, pero no es menos lícito pensar que esa es una opinión razonable solo desde un cierto punto de vista nacionalista, además de poco realista. Desde el punto de vista lingüístico, la situación también es incomparable. El vasco es una lengua no indoeuropea, radicalmente diferente del español. Demasiado distinta del español como para que éste pueda servir de norma culta respecto de aquel.

Sin embargo, las variedades aragonesas son muy parecidas al español. Tantos siglos de influencia han hecho que, especialmente en los últimos cien años, las variedades lingüísticas aragonesas se hayan literalmente impregnado de español. MAJ se esfuerza en mostrar que los diversos dialectos aragoneses no son tan distintos entre sí como yo daba a entender. Pues bien, todo lo que se diga para argumentar que los distintos dialectos aragoneses son muy parecidos entre sí se puede decir para argumentar que también se parecen mucho al español (porque los hablantes, a diferencia de los expertos, no son sensibles a la filiación genética de las formas lingüísticas). De hecho, podría argumentarse que en términos estrictamente sincrónicos muchos de los que los más optimistas consideran hablantes de alguna variedad del aragonés, son en realidad hablantes de una variedad de español trufado de rasgos aragoneses. Esa es la cruda realidad. Aunque en términos filogenéticos las variantes aragonesas que perduran no son dialectos del español, sino ramas paralelas del tronco común proto-romance, técnicamente se han convertido en variantes aragonesas de un sistema complejo en el que el español funciona como la norma común. Lo que ahora llamamos español ha funcionado como norma estándar para los hablantes patrimoniales del aragonés desde al menos el siglo XV, no solo para tratar con los extranjeros, sino con los propios aragoneses y sus instituciones. No he leído ningún argumento sólido de por qué debería dejar de serlo, ni soy capaz de imaginar ningún escenario en el que eso fuera medianamente factible.

Y aquí está la clave de la discrepancia que nos ocupa, en el diagnóstico de la situación lingüística actual del aragonés. Debe tenerse muy presente que el diagnóstico (en ambos bandos) es necesariamente incompleto y subjetivo, puesto que, aunque parezca mentira, carecemos de un estudio riguroso y contrastado empíricamente de cuántos hablantes nativos hay en realidad. De hecho, hay controversia sobre si habría que entrevistar a la población aleatoriamente o si habría que seleccionar la muestra (como en los estudios dialectales), o sobre qué cuenta como hablante nativo del aragonés (por ejemplo si lo entiende y no lo habla), lo que dice mucho de cómo están las cosas.

Normalmente, el tratamiento varía en función del diagnóstico, y quizá eso explique por qué no hay acuerdo entre los especialistas en el asunto que nos ocupa. Yo soy de la opinión de que la interposición de una norma común aragonesa entre las variantes existentes penosamente conservadas y la norma común actual (el español que estamos leyendo) no disminuirá el uso de la última y acelerará el declive de las primeras. Mi sensación es que en los núcleos de hablantes nativos no hay una demanda real de esa koiné, sino de respeto y apoyo a sus lenguas propias. Por ello siempre he defendido que el esfuerzo social y político debería estar en proteger y estimular la transmisión tradicional de esas lenguas naturales (donde realmente se hablan) y prestigiar y fomentar su uso en el ámbito local. Un factor crucial en esa tarea es el esfuerzo en mantener la población en su lugar de origen, estimulando el desarrollo de la economía rural y agrícola frente a la urbana y evitando así la diáspora de las nuevas generaciones.

Creo que un menor esfuerzo económico y legislativo podría ser mucho más rentable con esa estrategia, lo que no descartaría que, si los hablantes nativos así lo fueran demandando, se abordara una unificación normativa más ambiciosa. Lo que hace falta previamente a la ansiada codificación y proyección institucional y mediática de la koiné aragonesa es que haya hablantes nativos que la demanden y la creen. No se puede poner primero la lengua y después los hablantes. Bueno, se puede (como en el caso del batúa), pero no es de lo que estamos hablando. Ahí ya entramos directamente en otro tipo de acción política, lícita, pero diferente. No nos confundamos.

23 comentarios

  1. Marco Antonio Joven Romero |Responder

    En primer lugar, gracias por su respuesta a las preguntas e inquietudes que le planteaba en los comentarios del post anterior.

    Usted dice que los hablantes nativos de aragonés no utilizan la koiné del mismo, y no le falta razón (por cierto, solo conozco una koiné, en ocasiones con variaciones en cuestiones concretas, pero solo una; lo que sí que conozco son diferentes opciones gráficas para representar tanto la koiné propuesta como las variedades diatópicas de la lengua). Ahora bien, deberíamos ser algo más profundos sobre la cuestión de la koiné, ¿qué es necesario para que un hablante de una lengua reconozca o esté familiarizado la koiné? Una presencia adecuada de la misma, en medios de comunicación, administración y especialmente enseñanza. Volviendo a recurrir al caso más cercano, en el español han existido (y todavía existen) grupos marginales de escasa o nula escolarización que no reconocen la koiné, la diferencia es que para esos grupos no existe la posibilidad de adoptar otro referente lingüístico culto, y por ello no abandonan sus peculiaridades (a costa, por desgracia, de una represión en forma de ridiculización por parte de aquellos que sí reconocen la koiné bajo el famoso término «vulgarismo», pero esto es un tema que se escapa de la cuestión planteada). La koiné no es reconocida por una falta de planificación lingüística, no por una falta de voluntad.

    Si hablamos de voluntad, debe tenerse en cuenta que buscar la acción directa, motivada por dicha voluntad, de todos los agentes implicados en la toma de una decisión (cualquiera, esto se aplica no solo a la cuestión de la normalización lingüística del aragonés, sino a todo) es utópico en una sociedad donde las mayorías se caracterizan por el hedonismo y el autointerés, el bienestar y el egoísmo monetario, del «indignado de sofá». Son unas minorías pensantes y activas las que actúan y determinan el grueso de las decisiones, especialmente las culturales.
    En nuestro caso, el grueso de hablantes nativos de aragonés no dirá que no ni que sí a una koiné, casi hasta le será indiferente que se enseñe en las escuelas o institutos, o como mucho manifestará una simpatía o antipatía (las pocas encuestas realizadas se inclinan hacia lo primero; véase el estudio del profesor Lera, y téngase en cuenta que es tema de la tesis doctoral que Iris Campos Bandrés está desarrollando actualmente), pero no actuará, pues lo más probable es que esté más centrado en otras cuestiones (fundamentalmente económicas) mientras su patrimonio lingüístico se pierde. Jugar con ese hecho para promover la pérdida del aragonés es poco ético. Para la preservación del patrimonio lingüístico, como para tantas otras cosas, es necesario adoptar decisiones pensadas, reflexionadas y donde los agentes implicados puedan expresar sus opiniones, pero no podemos esperar a la acción directa de los agentes, que aún viéndose implicados, no demuestran más que pasividad en consonancia con el tren de vida hedonista que nos ofrece la actual sociedad heredera de la modernidad (digo «heredera de la modernidad» para evitar el uso del complejo adjetivo «postmoderna»). Es más, y entiéndase esto a modo de guiño, si solo adoptásemos decisiones necesarias para el funcionamiento social cuando se diese la implicación directa de todas las personas a las que les atañe dichas decisiones, creo que solo tomaríamos decisiones sobre el fútbol.

    Usted dice que el caso de Quebec no es comparable al del aragonés. Le ofreceré otros tres ejemplos a la espera de que pueda aceptarlos. El primero de ellos es el del romanche, lengua suiza que hablan entorno a 35.000 hablantes y estandarizada en 1982, para su posterior enseñanza y presencia en medios de comunicación y administración; el segundo de ellos es el de la lengua iroquesa (que tuve ocasión de estudiar en su variante mohawk en la reserva de Kahnawake, cerca de Montreal), hablada por unas 20.000 personas (tengo que decir que el censo me parece muy optimista), pero igualmente estandarizada y enseñanza en las escuelas e institutos de las reservas iroquesas de Canadá y EEUU; el tercero de ellos es el del asturiano, lengua hablada por unas 100.000 personas (desconozco la veracidad de los censos), y normativizada a partir de 1980 por l’Academia de la Llingua Asturiana.

    Volviendo a sus palabras, dice que «lo normal, históricamente, es que sea un proceso NATURAL de expansión de una variante sobre las demás por la pujanza política, cultural o económica» lo que propicia normativizaciones históricas. Quede por delante que veo una incoherencia entre hablar de un proceso «natural» que encuentra motivación en cuestiones intersubjetivas-artificiales como la política, la cultura y la economía, pero dejando esto a un lado, usted habla de que en la actualidad también puede darse un proceso de normativización a través de una política lingüística motivada por un sentimiento mayoritario nacionalista de la comunidad. Vuelvo a hacer referencia a los casos anteriores, más cercanos a los del aragonés: en Asturias, donde se ha promovido una normativización de la lengua, la opción nacionalista ni siquiera tiene representación en su parlamento autonómico; desconozco la existencia de ningún tipo de nacionalismo grisón, y en las reservas Mohawk (al menos las que yo conozco, la canadienses) las reivindicaciones se centran en querer formar parte de los EEUU ante que de Canadá por las ventajas legislativas que esto les supone. Son tres casos de normativización que se han dado en las últimas décadas, que dan oportunidad de supervivencia a sus lenguas y detrás de las cuales no hay ningún sentimiento nacionalista.

    Usted dice que «muchos de los que los más optimistas consideran hablantes de alguna variedad de aragonés, son en realidad hablantes de una variedad del español trufado de aragonesismos», y así es, muchos, pero no todos. La diglosia es una realidad, y el aragonés cheso de los jóvenes está muy castellanizado, pero no ocurre lo mismo con hablantes de avanzada edad, y algunos jóvenes que han sido conscientes de esta diglosa conocen bien las características de cada lengua y las usan como deben. En este sentido, le invito a que vea algunos vídeos del Archivo Audiovisual del Aragonés, especialmente los referentes al Valle de Bielsa, al Valle de Gistaín y zonas de la Ribagorza media y alta (en privado, si lo desea, le puedo dar referencias de hablantes de aragonés en donde no se puede aplicar su comentario anterior, alguno de muy poca edad). El caso es que si antes usted decía que eran «muchos», posteriormente parece asumir que son todos, y que por tanto el aragonés puro ya no se conserva: «Aunque en términos filogenéticos las variantes aragonesas que perduran no son dialectos del español, sino ramas paralelas del tronco común proto-romance, técnicamente se han convertido en variantes aragonesas de un sistema complejo en el que el español funciona como normal común». No sé si interpretar esto como una falacia de totalidad sobre una cuestión lingüística (considerar que todos los hablantes del aragonés lo presentan castellanizado, cuando antes se ha dicho «muchos») o si se refiere a una cuestión sociolingüística. Si es lo primero, ya le digo, es una falacia, pues hay hablantes nativos de aragonés puro, aunque sean pocos; si es lo segundo, le vuelvo a decir, se necesita una koiné (hago referencia como justificación a mi respuesta del post anterior: la necesidad de un abrigo que proteja lingüística y sociolingüísticamente este patrimonio).

    Usted dice que no ha leído «ningún argumento sólido de por qué debería dejar de ser [el español como norma estandar para los aragonesohablantes]» y que «no es capaz de imaginar ningún escenario en el que eso fuera medianamente factible». Como escenarios, le ofrezco a usted los tres ejemplos anteriores, el del asturiano, el del iroqués y el del romanche; como argumento sólido, además de la necesidad de dignificación lingüística y sociolingüística para preservar la lengua, que ya bastantes veces he repetido, le ofreceré unos legales, que al menos yo a nivel individual, como hablante de aragonés, deseo ejercer y no siempre puedo: Declaración de Derechos Lingúisticos (innumerables artículos, especialmente el 12.1: en el ámbito público, todo el mundo tiene derecho a desarrollar todas las actividades en su lengua, si es la lengua propia del territorio en el que reside), Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales, Constitución Española y Estatuto de Autonomía de Aragón.

    Estamos de acuerdo en que carecemos de un estudio de número de hablantes de aragonés y de actitudes lingúísticas. El estudio más profundo realizado hasta ahora, fue encargado por el Gobierno de Aragón al equipo del profesor Lera, y por desgracia no ha sido publciado; en el campo de actitudes lingüísticas, se está realizando una tesis doctoral que espero que arroje luz sobre el asunto.

    Usted habla de proteger y estimular la transmisión generacional de las variedades y prestigiar su uso en el ámbito local, manteniendo la población en su lugar de origen, «estimulado el desarrollo de la economía local y agrícola frente a la urbana y evitando así la diáspora de las nuevas generaciones». Y sin embargo, siento decirle que ese tipo de planificación de vida rural muy influenciada por una filosofía urbanita de idealización de lo bucólico es la primera que favorece tanto la pérdida de la lengua propia como la diáspora de las nuevas generaciones. La gente de los pueblos no quieren ser vistas ni reducidas a meros objetos de museo sobre los que hay que incentivar que preserven los usos tradicionales (tal cual se restaura un cuadro de Goya), sin saber muy bien por qué. Están hartos de ser vistos como «exóticos campechanos» sobre los que se tiene cierta condescendencia. Su usted aspira a preservar lo tradicional en la actual sociedad globalizada, olvídese: el joven del Pirineo quiere ir a la Universidad, ser ingeniero, abogado, programador y quiere viajar por el mundo, al igual que el joven de Zaragoza (y últimamente son rumanos y marroquíes los que se ocupan de lo poco que queda de usos tradicionales). Lo único que queda es adaptar su lengua y parte de sus usos a la nueva vida (si hablamos de estudios, la enseñanza a distancia es un buen ejemplo). Creo que por fin hemos dado en la cuestión central del debate, que, siento ser duro, es su desconocimiento de la sociedad rural.

    Por lo anterior, y por lo expuesto en el comentario anterior, veo más necesario que nunca la normativización del aragonés. Espero que los ejemplos del asturiano, del iroqués y del romanche le sean más esclarecedores, y espero que cambie su concepción de la sociedad rural. Igualmente, espero que deje de identificar normativización (y más en general lengua y cultura) con política e ideología. Vuelvo a decir, la normativización es el abrigo que debe proteger a la lengua minoritaria de las inclemencias lingüísticas y sociolingüísticas externas. No nos confundamos.

    Marco Antonio Joven Romero

    1. Creo que a estas alturas ya han quedado claras nuestras posiciones y, salvo que se aporte algún nuevo dato, no merece la pena continuar. Me limito pues a responder brevemente algunas de las preguntas y/o acusaciones contenidas en su comentario. Dice usted que los hablantes de aragonés están más preocupados por comer que por preservar su lenguas y que «jugar con ese hecho para provocar la pérdida del aragonés es poco ético», lo que me parece un juicio de intenciones inaceptable. Podremos estar en desacuerdo en cómo debe actuarse al respecto, pero en modo alguno se sigue de ahí que yo tenga ni deseo, ni, por supuesto, intención, de que desaparezca lengua alguna.
      También es curioso que me acuse de urbanita condescendiente y que a la vez afirme que no son los hablantes, sino la «minoría pensante» la que debe decidir cómo actuar, lo que me evoca a los antropólogos discutiendo los posibles efectos de la introducción del agua corriente o del paracetamol en la tribu de turno.
      También dice que soy incoherente al decir que la expansión de una variante a costa de otras es un proceso natural, pero es así como evolucionan las lenguas normalmente: tendemos a asumir las formas prestigiosas (que lo son por razones externas cualesquiera) en detrimento de las no prestigiosas. El prestigio es al cambio lingüístico lo que la selección natural a la evolución de las especies. No hay nada más natural.
      Y también me acusa de negar que exista el «aragonés puro», concepto que no tiene correlato en la realidad: ninguna lengua es pura, salvo que esté totalmente aislada. Si existiera algo como ‘aragonés puro’ deberíamos buscarlo en un museo. Hay variantes más conservadoras y variantes menos conservadoras. Mi tesis es que todas ellas forman un complejo sistema en el que el español funciona como norma estándar y que eso hace especialmente improbable que la estrategia de la koiné funcione. No hay más.
      Por último, no tiene sentido que acumule ejemplos (bien conocidos) de procesos de estandarización acelerada sin hacer también un balance de sus resultados y de sus costes. No es demasiado difícil, lamentablemente, encontrar ejemplos de procesos muy costos y fallidos.
      Nada de lo que ha aportado me aparta de la sensación de que la institucionaliación de la koiné aragonesa (le concedo que, en efecto, sólo hay una más o menos completa) no sea algo distinto a instaurar una neolengua para neohablantes, algo que, como lingüista, no me interesa y que, como ciudadano aragonés, no apoyaría.

      1. Marco Antonio Joven Romero

        «También es curioso que me acuse de urbanita condescendiente y que a la vez afirme que no son los hablantes, sino la “minoría pensante” la que debe decidir cómo actuar, lo que me evoca a los antropólogos discutiendo los posibles efectos de la introducción del agua corriente o del paracetamol en la tribu de turno». Respecto a esta crítica, le remito al siguiente párrafo de mi comentario inicial: «Para la preservación del patrimonio lingüístico, como para tantas otras cosas, es necesario adoptar decisiones pensadas, reflexionadas y donde los AGENTES IMPLICADOS PUEDAN EXPRESAR SUS OPINIONES, PERO NO PODEMOS ESPERAR A LA ACCIÓN DIRECTA de los agentes que, aún viéndose implicados, no demuestran más que pasividad en consonancia con el tren de vida hedonista que nos ofrece la actual sociedad». Muy lejos estoy yo del etnocentrismo, su comparación resulta inoportuna, fruto de no haber leído bien el texto (o no haberlo querido leer bien). Por otro lado, con esta falacia no responde a la crítica inicial, a la de su desconocimiento de la sociedad rural cuando habla de estimular «el desarrollo de la economía local y agrícola frente a la urbana y evitando así la diáspora de las nuevas generaciones”.

        Entiendo por natural lo referente a la dimensión epistémica en donde no se da acción humana directa, y por artificial lo contrario. Ejemplo: el crecimiento perdido en un bosque de Papúa Nueva Guinea a 100 kilómetros de cualquier núcleo de población es natural; la construcción de un automóvil o una decisión adoptada por una comunidad es artificial. La expansión de una variante a costa de las demás según una cuestión de prestigio es una cuestión artificial, motivada por cuestiones subjetivas e intersubjetivas, individuales o comunitarias, no NATURALES. Cualquier manual de epistemología, de los que utilizan los alumnos de primero de filosofía, deja clara esta distinción.

        La tenencia de una norma estándar de una lengua diferente supone, con el paso de las generaciones, la desaparición de la lengua propia, influyendo en este proceso cuestiones lingüísticas y sociolingüísticas. Es un hecho claro que en el caso del aragonés la lengua de los jóvenes está más castellanizada que la de los ancianos, y abundantes ejemplos de situaciones similares se tienen con otras lenguas minoritarias. Si no se les dota de un abrigo lingüístico, el de la koiné, y a partir de ella se elabora una planificación lingüistica que las haga factibles y adecuadas en el tipo de sociedad actual -la de las nuevas tecnologías- las lenguas minoritarias están condenadas a la desaparición. Le recomiendo que lea al catedrático Juan Carlos Moreno Cabrera, que ha estudiado y estudia este proceso; personalmente le recomendaría sus libros «La dignidad e igualdad de las lenguas : crítica de la discriminación lingüística» (Alianza, 2000) y «De babel a pentecostés: manifiesto plurilingüistca» (Hornori, 2006).

        Dice usted que «no tiene sentido que acumule ejemplos (bien conocidos) de procesos de estandarización acelerada sin hacer también un balance de sus resultados y de sus costes. No es demasiado difícil, lamentablemente, encontrar ejemplos de procesos muy costos y fallidos». En primer lugar, usted debería reconocer que estos ejemplos de normativización reciente no están motivados por un sentimiento fuerte nacionalista, como defendía en el post inicial. Partiendo de esa base -que ya le digo, por desgracia o cabezonería no reconoce- le diré que el desequilibrio presupuestario actual de Asturias y Aragón es de entorno al 0’21%, que Suiza es un país inmune a la recesión y que la economía de las reservas iroquesas de EE.UU. no ha sufrido retroceso alguno tras la normativización y la enseñanza de esta lengua en sus escuelas e institutos. En los tres ejemplos que antes le he expuesto, no hay correlación entre la economía y la normativización y promoción de lenguas minoritarias. El periodo de tiempo transcurrido es breve como para evaluar los resultados, pero suficiente como para apreciar un freno o disminución de la velocidad de pérdida de la lengua, y en cuanto al coste del proceso, tengo que reconocerle que no tengo datos suficientes. Sin embargo, por esa regla de tres, podríamos preguntarnos por el coste de otras tantas actuaciones culturales. Le recuerdo además que una lengua posee unas estructuras propias que, desde la perspectiva semántica, suponen un conocimiento del medio que puede ser aplicado en campos como la medicina o la arquitectura, y que supone una herramienta para acceder a las estructuras cognitivas más profundas, aquellas que la neurofisiología todavía no puede alcanzar.

        Usted ha extraído una frase puntual de mi discurso (“jugar con ese hecho para provocar la pérdida del aragonés es poco ético”), para defender que no desea la desaparición de ninguna lengua. Y lo agradezco profundamente que esto sea así. Pero viendo el interés que tiene en rechazar un intento de normativización del aragonés, me gustaría conocer cuáles han sido sus acciones en positivo, constructivas, que, según sus ideas, deberían ser acciones de estudio y promoción de las variedades en sus ámbitos locales a través de una salvaguarda de los usos tradicionales. Me gustaría conocer sus trabajos lingüísticos y sociolingüísticos sobre las variedades del aragonés.

        Lo que veo en todo este debate es que usted ofrece una teoría bien estructurada pero con fallos y contraejemplos para rechazar el proceso de normativización del aragonés, que le expongo dichos fallos y contraejemplos y que entonces usted recurre a falacias, no atacando directamente mis objeciones, como la de la identificación de nacionalismo y normativización, o más importante aún, su errada visión urbanita de la sociedad rural. Y este tipo de discurso, testarudo y poco abierto a la reflexión, junto con la respuesta altiva a otros comentarios, me parece un detalle muy triste de una profesor universitario, más aún cuando se trata de un vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.

        Marco Antonio Joven Romero

      2. José-Luis Mendívil

        Este es el último comentario al que le contesto, puesto que ya veo que ha perdido la paciencia. Sin embargo, debo hacerlo, ya que se permite recomendarme bibliografía de mi especialidad. El libro de Juan Carlos Moreno 2000 lo recomiendo a mis estudiantes desde que se publicó, y del de 2006 incluso hice una reseña elogiosa (http://www.academia.edu/1970249/Vida_y_milagros_de_las_lenguas). Moreno Cabrera es uno de los autores españoles que más respeto y que más me ha influido, y recientemente he tenido el privilegio de trabajar con él en un libro conjunto que aparecerá en unos meses (ahí puede ver un resumen: https://www.equinoxpub.com/equinox/books/showbook.asp?bkid=591&keyword).
        ¿Respuestas altivas? ¿Se ha fijado en el nivel y tono de los comentarios?

      3. Marco Antonio Joven Romero

        Solo deseño añadir, por una cuestión de honestidad, que la metáfora de la koiné como «abrigo» que proteja a las lenguas minoritarias de las adversidades lingüísticas y sociolingüísticas externas no es mía, sino que la escuché del citado Juan Carlos Moreno Cabrera en la conferencia que realizo en la decimoquinta edición de las «Chornadas por as Luengas d’Aragón» organizadas por la Asociación Cultural Nogará-Religada en el año 2008.

        En el año 2011 el profesor Moreno Cabrera repitió las mismas ideas -aunque no recuerdo si utilizando la misma metáfora- durante la sexta edición de la «Trobada d’estudios e rechiras arredol d’a luenga aragonesa e a suya Literatura» organizada por el Instituto de Estudios Altoaragoneses con la colaboración del Consello d’a Fabla Aragonesa.

  2. Espero verte en el País Vasco defendiendo esta misma teoría sobre la «koine», aplicada a un caso mucho más complejo que el aragonés y que lleva más de 40 años funcionando, el «euskara».

    1. Noticas frescas… Lo que pretendo argumentar es que el caso es diferente, pero parece que hay que dar el mismo tratamiento a todas las enfermedades. Quizá leyendo con más atención…

  3. Daniel Ezquerra Tomás |Responder

    Los argumentos filológicos aquí expuestos contra la necesidad de crear una koiné para el aragonés son subjetivos y vagamente contrastados desde todos los puntos de vista abordables. Sospecho que esconde un alto grado de nacionalismo español. Que a una lengua como el aragonés, formada y desarrollada desde el siglo VIII d.C., un ciudadano filólogo no le reconozca el derecho a tener una referencia común para garantizar su existencia como en siglos posteriores tuvo el castellano, es una actitud nacionalista española. Como lo es aseverar que las Glosas Emilianenses son los primeros escritos hallados en castellano.
    La primera definición que encontramos en el decálogo del buen nacionalista es: aprópiese de lo suyo; y lo ajeno aunque no le corresponda, también.

    1. Gracias por el diagnóstico, me lo haré mirar, no sea que pierda aceite patrio por algún lado.

  4. Si el prestigio es al cambio lingüístico lo que la selección natural a la evolución de las especies,
    y si en nuestras sociedades el prestigio lingüístico se vincula a variedades lingüísticas codificadas usadas por las instancias que detentan algún tipo de poder,
    y si esas variedades con prestigio emanan de los centros urbanos y llegan. más o menos pronto, a los núcleos rurales (que nunca son fuente emisora de variedades de prestigio y siempre son receptores de norma prestigiosa),
    creo que podemos concluir que, si limitamos la política lingüística sobre el aragonés a prestigiar y fomentar su uso en el ámbito local y a estimular la economía rural y agrícola, el resultado será la desaparición del aragonés a corto plazo, dado que no cambiaremos la dinámica actual en lo esencial.
    Y conste que yo veo con muy buenos ojos las propuestas de acción local que propone el profesor Mendívil. Pero me parece muy evidente que, siendo necesarias, no son suficientes.

    1. José-Luis Mendívil |Responder

      En efecto, eso es lo que le ha pasado al aragonés en los últimos siglos y, de continuar así la dinámica, acabará desapareciendo del todo. Lo que no comparto es la conclusión: como sugiero en mi mensaje original, mi diagnóstico es que por la fragmentación y el número de hablantes nativos (y su actitud, aunque esto es subjetivo), se llega tarde para la estrategia de una koiné, de manera que tendría un efecto deletéreo en lo que se conserva y no sería tampoco suficiente para competir ni con el español (ni, por supuesto, con el inglés) en la educación o los medios. Creo que una estrategia más modesta, local, sería más eficiente.

  5. Decía Eugenio Coseriu que primero es el uso y después la norma. También evidenció que el cambio lingüístico es multicausal. Pero seguramente en Aragón no se ha dado, ni en épocas pasadas ni en el momento actual, la confluencia de factores externos, internos y pragmáticos, idónea para la adopción del aragonés como la lengua representativa de Aragón.

    En la evolución histórica de las lenguas, los procesos de cambio se desarrollan generalmente de abajo a arriba, es decir, desde los registros más populares y coloquiales hacia los más cultos y formales. Si en algún momento el aragonés recorre ese camino, pues bienvenido sea. Pero es muy difícil establecer la dirección hacia la que debe dirigirse una lengua. Y en la sociedad actual… ¡Quién sabe! Igual acabamos hablando en Aragón un castellano más parecido al de Quito que al de Valladolid.

    Y no creo yo que el Dr. Mendívil haya dicho otra cosa en esencia distinta. No me parece justo calificar de testarudo y cerrado al diálogo a alguien que, independientemente de su status académico, está, de un lado, posibilitando foros como este para que todo el que quiera participe de la Lingüística y, de otro, concediendo espacio al debate si tener por qué, ya que la cuestión originaria era solo si lo que se habla en la parte oriental de Aragón debe llamarse catalán o no.

    1. José-Luis Mendívil |Responder

      Muchas gracias por el comentario. Zaragoza Lingüística es un foro abierto a todos los puntos de vista que sean académicamente rigurosos. Aunque aún estamos trabajando en la programación del próximo curso, es muy probable que tengamos dentro de los Talleres de Lenguas uno dedicado a la situación actual del aragonés. Ya informaremos.

    2. Marco Antonio Joven Romero |Responder

      Si primero es el uso y después la norma, debe tenerse en cuenta que el aragonés se usa. En ningún momento asumo lo contrario: el problema es que su uso se está viendo disminuido, el horizonte si no se actúa es la desaparición, y por ello defiendo la norma. No podemos aducir que el aragonés «no se usa», pues, aunque de manera minoritaria, todavía hay hablantes de aragonés que viven la mayor parte de su vida en esta lengua.

      Tampoco pretendo que el aragonés sea la «lengua representativa de Aragón», lo que defiendo es que se dote a la lengua de mecanismos que la protejan y den una posibilidad para su supervivencia en las zonas en las que se habla. Me da la impresión de que otra vez se vuelven a confundir elementos políticos y lingüísticos.

      «En la evolución histórica de las lenguas, los procesos de cambio se desarrollan generalmente de abajo a arriba». ¿En qué se basa usted para afirmar esto? La implantación del latín fue un proceso de «arriba a abajo», la implantación de un español normativo y la paulatina desaparición de los rasgos diferenciales de las variedades diatópicas, como la del español de Aragón, vuelve a ser un proceso de «arriba a abajo». Unas élites culturales, políticas o económicas (arriba) propician la implantación de una lengua, y más aún, de una cultura, de un modo de actuar, sobre el resto (abajo), haciendo desaparecer sus manifestaciones propias -poderoso es en este sentido el concepto de »vulgarismo»-, y lo más peligroso de todo, propiciando una homogeneización lingüística y cultural.

      Y, finalmente, poco sentido tiene posibilitar un diálogo cuando no se responden las cuestiones y críticas planteadas -no he visto aún rectificar al señor Mendívil sobre su identificación de normativización y nacionalismo, a pesar de los contraejemplos que le he propuesto, y peor aún, no le he visto rectificar sobre su nefasta concepción de la sociedad rural-. No estoy dispuesto a aceptar como «DIálogo» hablar para aceptar solo lo propio y no abrirse a las ideas y objeciones del resto -y cuando digo abrirse, no digo aceptarlas, sino tratarlas con un mínimo de seriedad y rigor, no tomando escapatorias falaces. Esto escapa de discusiones lingüísticas, políticas, antropolóticas o filosóficas, esto es el mundo de la vida.

      1. José-Luis Mendívil

        Por alusiones: Me pide que rectifique lo que no he afirmando (identificar normativización y nacionalismo -cosa absurda además sin una definición previa de nacionalismo-) y que ‘rectifique sobre [mi] nefasta concepción de la sociedad rural’, pero no veo qué pueda rectificar, ya que apenas he dicho nada de la sociedad rural, aparte de que debería fomentarse su desarrollo para evitar la despoblación de ese ámbito, algo que me parece cualquier cosa menos nefasto. Podrá acusarme de lo que quiera, menos de no estar abierto al diálogo y de tratar con respeto sus opiniones.

      2. Marco Antonio Joven Romero

        1. Yo no sé si no se acuerda de lo que ha escrito, pero se lo vuelvo a poner:
        «Cuando este proceso de establecimiento de una norma común no sucede espontáneamente (como en el caso del aragonés), una actuación de política lingüística puede acelerar el proceso e implementar una norma común confeccionada ad hoc: tal es el caso cercano y bien conocido del euskera batúa. Pero de nuevo la comparación, aparentemente más atinada, hace aguas, en lo sociopolítico y en lo lingüístico. Políticamente no hay ninguna duda de que el pueblo vasco es mucho más nacionalista e independentista que el aragonés. Por tanto, es lógico -dentro de la lógica nacionalista- que el español no pueda servir como norma estándar para los hablantes de los dialectos vascos (al menos oficialmente), dado que desde el punto de vista nacionalista una lengua propia no es solo un legado cultural, sino también un factor de diferenciación del resto. Pero no estábamos hablando de nacionalismo aragonés, creo, sino de preservación de lenguas».
        Interpreto que, para usted, el establecimiento de una norma común en la actualidad depende de una actuación de política lingüística, y, citando al euskera, establece que para ello se necesita un sentimiento nacionalista («el pueblo vasco es mucho más ncionalista e independentista que el aragonés»). Con tres ejemplos concretos (asturiano, iroqués y romanche) le he demostrado que esta identificación de norma común con sentimiento nacionalista y/o independentista está errada.

        2. Usted ha dicho lo siguiente: «siempre he defendido que el esfuerzo social y político debería estar en proteger y estimular la transmisión tradicional de esas lenguas naturales (donde realmente se hablan) y prestigiar y fomentar su uso en el ámbito local. Un factor crucial en esa tarea es el esfuerzo en mantener la población en su lugar de origen, estimulando el desarrollo de la economía rural y agrícola frente a la urbana y evitando así la diáspora de las nuevas generaciones». Y yo le critico de esta visión es lo siguiente: «ese tipo de planificación de vida rural muy influenciada por una filosofía urbanita de idealización de lo bucólico es la primera que favorece tanto la pérdida de la lengua propia como la diáspora de las nuevas generaciones. La gente de los pueblos no quieren ser vistas ni reducidas a meros objetos de museo sobre los que hay que incentivar que preserven los usos tradicionales (tal cual se restaura un cuadro de Goya), sin saber muy bien por qué. Están hartos de ser vistos como “exóticos campechanos” sobre los que se tiene cierta condescendencia. Su usted aspira a preservar lo tradicional en la actual sociedad globalizada, olvídese: el joven del Pirineo quiere ir a la Universidad, ser ingeniero, abogado, programador y quiere viajar por el mundo, al igual que el joven de Zaragoza (y últimamente son rumanos y marroquíes los que se ocupan de lo poco que queda de usos tradicionales). Lo único que queda es adaptar su lengua y parte de sus usos a la nueva vida (si hablamos de estudios, la enseñanza a distancia es un buen ejemplo)».

        3. También le he comentado que «viendo el interés que tiene en rechazar un intento de normativización del aragonés, me gustaría conocer cuáles han sido sus acciones en positivo, constructivas, que, según sus ideas, deberían ser acciones de estudio y promoción de las variedades en sus ámbitos locales a través de una salvaguarda de los usos tradicionales. Me gustaría conocer sus trabajos lingüísticos y sociolingüísticos sobre las variedades del aragonés».

  6. Por supuesto que el aragonés se usa, pero con unos contornos diastráticos y diafásicos definidos. La norma culta, que es como se denomina a la norma estandarizada (no quiero decir con esto que las variantes diatópicas sean «incultas»), es la que garantiza, entre otros factores, la cohesión del castellano en todos los territorios hispanohablantes. Y la conformación de una posible norma culta para el aragonés surgirá, en todo caso, del uso culto que pueda recibir (sé que hay literatura escrita en algunas variedades altoaragonesas, pero no sé si hay literatura escrita en koiné aragonesa, o si unas y otra tienen uso en otros ámbitos formales, como el administrativo, por ejemplo). Y esta es la diferencia entre la norma culta castellana, surgida del uso culto de dicha lengua, y la norma culta aragonesa, conformada a partir de la selección no espontánea (por no usar el término «artificial») de usos no cultos. La norma culta en Aragón es la del castellano. A esto me refería con que primero es el uso y después la norma.

    Por tanto, la afirmación de que la norma se impone (entiendo que dicha afirmación es aplicable tanto a la castellana como a la koinética aragonesa) es, como casi todos los tópicos, incierto. Es verdad que en todo proceso de nivelación se produce una desestimación de usos minoritarios, pero la norma del español no hace sino legitimar continuamente usos dialectales y populares, eso sí, mediante un exhaustivo análisis gramatical, de forma que se integren justificada y adecuadamente en el sistema lingüístico, que es la única forma de que tengan sentido y se estabilicen. A quien se sienta oprimido por la norma, le invito a que lea, si no lo ha hecho ya, la Nueva Gramática de la Lengua Española. En ella encontrará ingentes cantidades de información descriptiva, diacrónica y diatópica, incluso sobre los registros menos formales.

    No conozco con precisión cómo se desarrolló el proceso de latinización en la Romania (habría que oir a los latinistas), pero lo que sí es cierto es que la evolución del latín al castellano responde en esencia (no digo siempre) al triunfo de las realizaciones populares, sobre todo fonético-fonológicas, pero también sintáctico-semánticas. Los procesos evolutivos impulsados desde el habla popular (metátesis, neutralización, reanálisis, gramaticalización, por decir algunos) han sido y siguen siendo el motor en la evolución del castellano. Y esto está también en cualquier manual de gramática histórica que maneje un alumno de primero. Por todo ello, en la terminología lingüística, el calificativo «vulgar» carece de las connotaciones peyorativas que se le otorgan desde otros ámbitos.

    Que no se proponga al aragonés como lengua representativa de Aragón me tranquiliza. No me veo yo capaz de hacerme bilingüe a estas alturas. Y era un comentario general, no iba dirigido a nadie en particular. Pero por supuesto que estoy por la conservación y la protección del aragonés (ocupo mi tiempo libre en cuestiones de sintaxis medieval en documentos aragoneses). Pero, cuidado (y en esto coincido con el Dr. Mendívil), a ver si la nivelación, aunque con voluntades firmes, hecha sobre cimientos poco sólidos, va a producir el efecto contrario al deseado, por todo lo comentado sobre la desestimación de variantes, cuando estas son tan poquicas.

    1. Marco Antonio Joven Romero |Responder

      Usted habla de la «diferencia entre la norma culta castellana, surgida del uso culto de dicha lengua, y la norma culta aragonesa, conformada a partir de la selección no espontánea (por no usar el término “artificial”) de usos no cultos». Usted comete una »petitio principii» al asumir la existencia previa de un uso culto de las lenguas, nada más lejos de la realidad: el uso culto, lo culto en general, no nace, sino que se hace por procesos intersubjetivos-sociales. El uso culto del español era el del latín, el del latín el griego, etc. Los usos cultos surgen a partir de normas cultas, no al revés.

      Usted continúa diciendo que «La norma culta en Aragón es la del castellano. A esto me refería con que primero es el uso y después la norma». La norma culta del Aragón a donde han llegado los mecanismos y formas de los usos cultos institucionalizados ha acabado siendo la del español (si bien no hay que olvidar que durante una época medieval fue el aragonés). Sin embargo, aquellos ámbitos donde no llegaron los mecanismos y formas de los usos cultos institucionalizados, como las clases sociales bajas del valle del Ebro durante el siglo XVI, o las zonas montañosas del Pirineo en la actualidad, se mantuvo el aragonés. Y efectivamente, aquellas zonas de Aragón donde la norma culta -la del español- llegó, fueron las que perdieron el aragonés. Durante el siglo XX la norma culta del español (y así los usos cultos del español) ha llegado a todos los estratos sociales del Alto Aragón -y con ello, a TODO Aragón. En el siglo XX y no antes, no nos equivoquemos, y si no queremos que la historia se repita -haciendo alusión al aragonés del valle del Ebro, donde por cuestiones geográficas, políticas y sociales, la norma culta castellana suplantó a la aragonesa-, es necesario dotar a las variedades del aragonés de una norma culta. Puede que usted me diga que en el siglo XIX, y antes, se tienen documentos escritos en la norma culta castellana en el Alto Aragón. Efectivamente, pero hasta hace pocas décadas había hablantes monolingües de aragonés, que desconocían la norma culta española, así, entramos en una cuestión diastrática, y sin todos los niveles diastráticos incluídos no podemos hablar nunca de TODO Aragón.

      Usted dice que «la afirmación de que la norma se impone (entiendo que dicha afirmación es aplicable tanto a la castellana como a la koinética aragonesa) es, como casi todos los tópicos, incierto». El error en su afirmación, o mejor dicho, en su discurso, está en la petición de principio que al comenzar le expongo -el uso culto inicial- y en el hecho de considerar que la norma culta en Aragón es la del castellano, cuando hay zonas donde los mecanismos y registros cultos institucionalizados han llegado durante el siglo XX a todos los individuos, precisamente aquellas zonas donde se ha perservado el aragonés.

      «La norma del español no hace sino legitimar continuamente usos dialectales y populares, eso sí, mediante un exhaustivo análisis gramatical, de forma que se integren justificada y adecuadamente en el sistema lingüístico, que es la única forma de que tengan sentido y se estabilicen. Es verdad que en todo proceso de nivelación se produce una desestimación de usos minoritarios, pero la norma del español no hace sino legitimar continuamente usos dialectales y populares, eso sí, mediante un exhaustivo análisis gramatical, de forma que se integren justificada y adecuadamente en el sistema lingüístico, que es la única forma de que tengan sentido y se estabilicen». Entiendo entonces, que para usted, dos lenguas que filogenéticamente pertenecen a dos líneas diferentes dentro de la taxonomía romance deben ser regidas por una misma norma -siendo la lengua b, en este caso el aragonés, un conjunto de »usos dialectales y populares»-, y todo ello, además, pretendiendo que la norma -o mejor dicho, que la variante central o más extendida de la norma- no fagotice a todas las variedades, porque según usted la norma integra a las variedades dentro del sistema lingüístico. Esto es cuanto menos, irreal, y le citaré como ejemplo del profesor Mendívil: «Lo NORMAL, HISTÓRICAMENTE, es que sea un proceso ¿natural? de expansión de una variante sobre las demás por la pujanza política, cultural o económica de sus hablantes (así sucedió con el dialecto castellano en el español, con el dialecto oriental en el catalán, con el dialecto de Tokio en el japonés, con el toscano en el italiano o con el dialecto de la Isla de Francia en el francés, por mencionar casos bien conocidos). Una vez que una variante ha adquirido prestigio sobre las demás, normalmente eliminándolas, se emplea como modelo para la normalización y regulación (para que se me entienda mejor: la norma culta castellana es muy anterior a la fundación de la Real Academia Española que supuestamente la limpia, la fija y le da esplendor)» (las interrogaciones y las mayúsculas son mías). Por curiosidad, ¿cómo puede incorporar la norma del español una evolución de la Ó breve latina al diptongo UE en ‘huello’ o la conservación de una F- inicial en ‘farina’? ¿Como un »uso dialetal y popular» del español que se da en el Alto Aragón? ¡Por favor! Ahora resultará que ‘farina’ no provendrá del latín FARINA, sino que será un uso dialectal y popular de otra lengua cuya forma normativa, o al menos más extendida, es ‘harina’.

      En esta línea, usted dice que «los procesos evolutivos impulsados desde el habla popular (metátesis, neutralización, reanálisis, gramaticalización, por decir algunos) han sido y siguen siendo el motor en la evolución del castellano» Efectivamente, y los del aragonés también, y son diferentes. »Por todo ello, en la terminología lingüística, el calificativo “vulgar” carece de las connotaciones peyorativas que se le otorgan desde otros ámbitos». Admito entonces según el significado que defiende para »vulgar» el uso de este término para el aragonés con respecto al latín, pero nunca con respecto al español.

      «Que no se proponga al aragonés como lengua representativa de Aragón me tranquiliza. No me veo yo capaz de hacerme bilingüe a estas alturas». Una pena, las lenguas suponen una gran riqueza y creo que no deberíamos dejar de aprenderlas nunca. Bilingüe es ya un concepto anticuado, sustituido por el multilingüismo. Un servidor habla aragonés, inglés y francés, además de hablar español, y hasta se ha atrevido con una canción en coreano, y algunas frases en iroqués mohawk. Es una bonita consecuencia del mundo globalizado en que vivimos.

      «Por supuesto que estoy por la conservación y la protección del aragonés (ocupo mi tiempo libre en cuestiones de sintaxis medieval en documentos aragoneses)» Que usted esté por la conservación y protección del aragonés me tranquiliza.

      «Pero, cuidado (y en esto coincido con el Dr. Mendívil), a ver si la nivelación, aunque con voluntades firmes, hecha sobre cimientos poco sólidos, va a producir el efecto contrario al deseado, por todo lo comentado sobre la desestimación de variantes, cuando estas son tan poquicas». Digo yo que si las variantes son tan poquicas, más fácil resultará la normativización. En cualquier caso, coincido en que la nivelación ha de estar hecha sobre cimientos sólidos, aquellos que permitan la supervivencia del aragonés.

      1. María José

        No estoy de acuerdo en que el uso culto de las lenguas nace de normas cultas. El problema que yo veo en su argumentación es que presupone que lo que se refleja en el uso de una lengua se corresponde siempre con la intención del hablante. Ni castellano ni aragonés tuvieron uso culto, puesto que, en efecto, para ello se utilizaba el latín, hasta que empezaron a infiltrarse en los textos latinos. Ambas lenguas debían existir en la lengua hablada desde hacía varios siglos antes de dejar testimonios escritos, pero comenzaron a aparecer en los textos latinos sin que los que escribían fueran conscientes de ello. A pesar del prestigio de la lengua latina como lengua de cultura, el llamado latín medieval, aprendido de forma deficiente, sin uso real en el habla, dejaba en los textos continuos errores e incoherencias lingüísticas en todos los órdenes. El castellano desterró al latín en el momento en que empezó a sustituirlo totalmente en las situaciones comunicativas (las cultas) en las que se utilizaba. Naturalmente fue un proceso gradual. Las necesidades normativas empezaron a surgir más tarde, en torno al problema de la difusión y transmisión de los textos, principalmente desde la aparición de la imprenta. El aragonés no corrió la misma suerte por las razones ya de sobras expuestas en el conjunto de este debate y que no voy a repetir.

        Uno de los caballos de batalla del aragonés en la actualidad es precisamente ese, el uso del castellano en los registros cultos, pero a diferencia de lo que ocurría con el latín medieval, dicho uso no es ajeno, sino propio e interiorizado. Usted es buena prueba de ello, puesto que habla el castellano con notable pericia.

        Supongo que cuando dice que la norma culta medieval en Aragón fue el aragonés ¿está seguro de que es eso lo que demuestran los textos? Por lo que yo conozco, sin atreverme a generalizar, por supuesto, eran elogiables intenciones que en realidad se materializaban en una lengua fuertemente castellanizada, por unas u otras razones y en diferentes grados, pero castellanizada, aunque sí, con una base aragonesa e influencias catalanas notables, sin olvidar el barniz latinizante.

        Estamos de acuerdo en que hay que tener en cuenta todos los niveles diastráticos en la descripción de una lengua. Y todos los contextos comunicativos, y todos los medios de transmisión… No creo haber dicho en ningún momento lo contrario. Pero las cuestiones normativas solo tienen sentido en los registros cultos. Por ahí ha dicho alguien algo así como «yo hablo lo que me sale de las narices». La forma no es precisamente cortés, pero no le falta razón. No vamos a decirle a la gente lo que tiene que hablar en su casa.

        Creo que ha hecho usted una inferencia incorrecta al interpretar que para mí el aragonés es un conjunto de usos dialectales y populares del español. O yo no me he expresado bien. Seguramente será esto último. Me refería a los usos dialectales y populares del castellano con referencia a la norma culta castellana, y era un argumento en contra de que la norma es algo impuesto que desprecia estos usos. Por supuesto que «farina» proviene de FARINA igual que «harina». La conservación de la /F-/ inicial latina es un rasgo considerado aragonés, igual que la diptongación donde no existe en castellano. La norma del español no puede insertar dichos rasgos en su sistema fonológico. De hecho, no lo hace.

        Me alegra enormemente que admita la dignificación del término «vulgar». Y no creo que la normativización sea una tarea fácil. Para ello hay expertos. Pero si estamos de acuerdo en que los cimientos han de ser sólidos, ya hemos dado un gran paso. Tengo entendido que parte, y digo solo parte, de los problemas de entendimiento entre defensores y detractores de la normalización del aragonés radica en el hecho de que la llamada fabla aragonesa no ha seguido precisamente ese criterio.

        Y no dudo de que sus capacidades lingüístico-cognitivas son muy superiores a las mías. Yo solo conozco el inglés además del castellano, pero confío en que eso no interfiera en la consideración de mis comentarios.

  7. Qué pena da leer a un «profesor» (Mendívil) con una connivencia tan palmaria por el imperialismo lingüístico, por el fascismo lingüístico, con la supervivencia del más fuerte, del que tiene más armas y más medios económicos, y que trabaja en contra de de lo que la justicia y la verdad proclaman. Yo también amo el castellano, pero hablo el aragonés y el aragonés estándar. Me ofende hondamente este hombre, este «docente», que con argumentos supuestamente mesurados lanza sin cesar ideas que nada tienen de justas o científicas. Y lógicamente todo va a favor del hundimiento completo del aragonés y su completa sustitución por la lengua imperial _es donde está el dinero y el poder y las armas_. Ninguna objetividad, «señor» Mendívil, pero tampoco ninguna bondad. Uste nos ofrece un mundo hundido, un mundo sin riqueza lingüística y cultural, un erial. Es posible que usted vea algún día su sueño del español imperial cumplido en esta tierra, la lengua aragonesa arrasada. Pero eso no obstará para que muchos le consideremos una persona indigna, que colabora para que el mundo en que vivimos se parezca cada vez más a la más grande de las porquerías.

    1. José-Luis Mendívil |Responder

      Un buen ejercicio de fanatismo involuntariamente cómico, gracias «Enrique».

  8. Afortunadamente los nuevos medios de comunicación y redes nos permiten conocer de primera mano informaciones antes increíbles para muchos. La alarmante connotación nacionalista que desprenden sus comentarios le incapacitan para cualquier explicación objetiva, y menos para formar parte de ningún estudio de revitalización de una lengua, claramente minorizada por otra, económica, política y militarmente superior durante siglos.
    Después de leer a un miembro de la universidad como el Señor “Mendivil”, y escuchar las declaraciones de Mª José Ferrando (PP) directora de la ponencia de la Ley de Lenguas de Aragón, refiriéndose en sus entrevistas precisamente al departamento de lingüística de la Universidad de Zaragoza. Queda aún más que claro el propósito, político más que nada, de éste. La manera de la que se están gastando recursos públicos (según informaciones del Heraldo de este verano pasado), en época de recortes en la Universidad pública, para asimilar la lengua aragonesa por parte de su “español” es totalmente inaceptable. La manera de forzar, con sus respuestas, a un debate nacionalista como única respuesta válida ante el derecho a la normalización de la lengua aragonesa, también lo es.
    Todavía me quedaría por explicar la normalización del «HaupDeutsch» sin su razonamiento nacionalista. Créame, un suizo no lo entendería, sin embargo lo ven como una herramienta muy útil, a pesar de poder haber escogido alguna de sus queridas lenguas latinas.

  9. […] viewpoint of a supporter of standardization and normalization focused on a common model, using the latest interactive public discussion held with one of the defenders of language planning around diatopic varieties, Professor José Luis […]

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